Un trago de Fuser, sobre dos rocas de Bohemía, con tres gotas de Utopía...

Agitado, no revuelto…

domingo, 9 de marzo de 2008

Despecho en burdel caraqueño (Semificción breve)


Caminante errante, quien pisa la acera muchas veces transitada.

Luces que lo invitan a pasar y refrescar su garganta, a libar de oscuridades...

Barra medio vacía, la mesa no está aún servida.

Aquí y allá surgen las sombras, van llegando a la espera del festín de piel, bocas dispuestas a cambio de platino.

Ginebra pide el Transeúnte al pingüino de la barra, que por no tener frac no deja de ser pingüino.

Fantasma que irrumpe de la calle dispuesto a dar su espectáculo. Vestida de blanco y negro surge la figura que pasa por detrás de la barra, ojos con llamaradas verdes la escrutan entre reflejos de luces violeta y de roja granadina. El azar dispuso que ambos estuvieran sedientos del mismo licor, ardidos en sus pequeñas tragedias.

Beso que vuela en medio de la música con su respectiva respuesta.

-Estás sólo...

-No, ya no, te esperaba a ti...

Mirada de reflejo Azabache se cruza con profundidades. Lenguas que se enredan, dientes que entremuerden juguetones bocas desconocidas. Poco importa quien sea el Transeúnte, Azabache lo que quiere es silenciar lo que porta su alma: profundo desamor, desdén, soledad. Si, Magdalena también sufre de despecho.

Conversaciones tontas, mentiras blancas, éso no interesa. Cuando almas se encuentran en su soledad poco importa qué hablen, son otros los verbos que se hablan, verbos del dolor que hay que acallar a costa de lo que sea.

-Un servicio de Ginebra Joaquín...

Y se dispone a ser deseo y a la vez camarera, narradora del dolor que la desgarra. Esa noche no fue Azabache quien oyó de historias, fue élla la paciente del Transeúnte. Una, dos..., se sucede el tiempo, entre miradas y jugueteos, entre recuerdos y provocaciones... Entre los humos que espelen sus dedos, entre los vapores que surgen de sus entrepiernas, se va armando una extraña historia, de momentos, de minutos, de adrenalina que es la única droga que mata la decepción.

-Ya vengo... dice de pronto Azabache. Comienza la música, comienza su baile... El piso, el tubo, sus propias manos son el Transeúnte, aquel extraño salido de quién sabe donde, pero que la invitaba a alejarse de sus dolores... Entre aplausos y erecciones termina el performance, recoge su escasa ropa y se aproxima a la barra para vestirse. Toma su abrigo, lanza una mirada a su nuevo amante, y sale del burdel caraqueño de la calle muchas veces transitada. Y con ésta silenciosa invitación, el Transeúnte en medio de la estupefacción de sus vecinos, paga la cuenta y también sale.

Nadie supo que ocurrió después, todo fué chisme, todo fué elucubración. Un testigo al día siguiente, mientras contaba la historia vió pasar a Azabache, depositar su abrigo por dentro de la barra y dirigirse al viejo con el trago de whisky nacional por importado como cada noche, pero ahora sin el dolor de la víspera. Una nueva ilusión latía en su alma.

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